Colombia, a punto de alcanzar la estupidez de rebaño

Por: Mayor César Maldonado*

Todo empieza y todo termina. Afortunadamente las protestas también son finitas, tienen un ciclo característico: cuando el vandalismo hostiga socialmente, o la protesta llega a su excesiva idealización, se torna contraproducente. Generalmente termina con el cansancio de los marchantes, justo antes de pisar la línea de la deslegitimación. Mi madre suele citar: “Lo que empieza jugando, termina gustando”. He ahí el problema. El paro del 28 de abril llegó con un nuevo ingrediente: incrustaron odios en la mente de los millennials más jóvenes, les vendieron el sofisma de que ellos son “la generación del cambio” y que para lograrlo deben odiar la institucionalidad en su conjunto. Así no entiendan cuál es el cambio; quieren desbaratar todo a su paso. Pareciera que una enorme nube de estupidez ha cubierto el sano juicio de estos muchachos, reclaman a pulmón entero la propiedad de un país al que no han aportado un solo ladrillo en su construcción. Se quejan de una supuesta morosidad de la sociedad con ellos.

Cierto, los cambios son necesarios, pero no se hacen vandalizando el país, manipulados por un grupo de adultos agitadores profesionales, encapuchados históricamente incrustados en las universidades. No se equivoquen, las generaciones más viejas, sus padres y abuelos, hemos construido este país con mucho sudor, generando los cambios imperiosos y las dinámicas propias de una sociedad. Nuestra generación no heredó la democracia perfecta, pero tenemos gratitud a nuestros ancestros por los aportes y logros que moldearon las libertades que hoy ustedes gozan. No se equivoquen, ustedes NO son el futuro, al igual que nosotros, son el presente. El futuro no es más que un sueño, sueño que alcanzaremos siempre y cuando ustedes respeten y valoren lo que otras generaciones hemos construido. Mañana tendrán libertades si despiertan a tiempo de la hipnotizada con que el astuto demagogo los embobó. Ese camino de rebeldía desbocada y de odios enconados, les pondrá en evidencia que, “el cambio”, es precisamente el mismo demagogo. ¡Vaya sorpresa!

Similar estupidez se regó en Venezuela como “la ceguera” de José Saramago, fue contagiando uno a uno hasta que, todos ciegos, perdieron de vista el astuto demagogo. Entonces fue demasiado tarde. Muchos de estos ciegos, hoy piden limosna en los semáforos de las calles colombianas.

Claro, el primer ciego fue el estúpido a quién se le ocurrió subir los impuestos en medio de la crisis social más grande que hemos tenido. Esto encendió la mecha popular. Los sindicatos y una que otra ONG se indignaron con justa razón; la rabia social, el hambre, el encierro por la pandemia, la crisis económica, el desempleo, la impersonal virtualidad académica, la desesperanza, etc., sacó a las calles a las gentes que no aguantaron más la irritación. El problema floreció cuando el astuto demagogo se apropió de la indignación social. ¡Llegó el momento del cambio! Celebró el falso mesías.

A estas alturas, la exacerbación popular se salió de madre. Aunque posen de lo contrario, los organizadores del paro perdieron el control sobre este. Los ilegales aportaron los vándalos, una turba enardecida que destroza y saquea todo a su paso. Afortunadamente los indígenas salieron a tiempo de las calles de Cali donde montaron su propio campo de batalla; regresaron a sus territorios, eso sí, advirtiendo que continuarían sus acciones, ahora sobre las carreteras aledañas a sus resguardos.

Los políticos, incluyendo el partido de Gobierno, quedaron mudos. No se atreven a opinar en dirección alguna porque trabajan en plena campaña parlamentaria. Cualquier salida será catalogada políticamente incorrecta. Así las cosas, Duque está solo. La decisión tardía de visitar a hurtadillas la capital vallecaucana, a medianoche como si debiera cuentas, terminó deslegitimándolo más. Otra evidente estupidez.

La estupidez no dejó a nadie por fuera. El periodismo responsable y analítico, desapareció, fue destronado por una sarta de informativos perezosos que se alimentan de fake news descolgadas de redes sociales, que replican masivamente.

Algunos marchantes hablan con una altanera superioridad moral, muy alineados con un cambio de sistema paternalista que les asista sus necesidades sin hacer mayores esfuerzos. Cambio quiméricamente posible, pero que muestra el grado de estupidez que anega la cabeza del imaginario colectivo.

La mecha está encendida. Quiera Dios que la nube de la estupidez prontamente despeje el Palacio de Nariño, porque en nombre del romanticismo revolucionario, la violencia imparable escala con rapidez en favor del “Chávez” colombiano. ¡En definitiva, todo estúpido se merece su suerte!

Hasta luego,


(*) Presidente Fundación Comité de Reconciliación ONG