Cambio de rumbo, pretensión del imaginario colectivo

Por: Mayor ® César Maldonado*
COLUMNISTA INVITADO

Demanda mirar con seriedad el problema de las formas de acción que últimamente han surgido como alternativas con potencial de transformación de las condiciones sociales más allá de la estructura ideológica de la izquierda colombiana. No es inteligente abordar con tal simplicidad la crispación social expresada en los recientes paros atribuyéndosela a pataletas del sindicalismo criollo. El imaginario colectivo, ese gran cerebro social, se pronunció con determinación: ¡llegó el momento del cambio! Punto.

No es casualidad las formas de acción colectiva y de representación que desfilaron por las calles del país exigiendo mayor atención del Estado. La causa central, un afanoso proceso degradativo carcome la moral política haciendo metástasis a todas las instituciones del Estado. Reclamando, obviamente, grandes cambios en la manera de gobernar, que garantice mayor participación de nuevas figuras de enorme aceptación social. El dilema ya no es ideológico, ni partidista, es la necesidad de vincular la multitud a una representación unitaria que recoja su sentir.

Gustavo Petro, sabiamente ha canalizado ese sentimiento colectivo, ahora demasiado sensible y magullado por la inadvertida pandemia de la Covid-19, que golpeó fuertemente la economía, en especial el bolsillo de los más pobres, en su gran mayoría en la informalidad. A menos de un año de finalizar su periodo, el gobierno Duque no logra conectar con el pueblo, muy a pesar de buenos programas sociales, eclipsados todos por una serie de escándalos ligados a la corrupción, precisamente la almendra del malestar popular. El candidato de izquierda muta según conveniencias atesorando caudal político, incluso de quienes en el pasado fueran sus detractores. Esto le da cierto margen de confort asegurándole con holgura un lugar privilegiado en la segunda vuelta.  

El populacho quiere apostarle al cambio, prefiere probar cualquier otra opción distinta a la conocida los últimos 200 años. Es casi un salto al vacío, pero tomarán ese riesgo impulsados por la desesperanza de la corrupción, la densa niebla que impide ver un prometedor futuro cercano. Al oficialismo, arraigado en algunos sectores políticos, le faltó creatividad y sabiduría para leer los temas populares que, empujados por presión social se pusieron sobre la mesa demandando solución inmediata. La paz, por ejemplo. Medio siglo de guerra fatiga a un caballo de bronce. Desconocer suspicazmente la valentía de Santos de romper el odioso círculo de confrontación armada boicoteándole cualquier esfuerzo en ese sentido, fue y sigue siendo error craso de sus detractores, lo que les mereció el rotulo social de guerreristas, porque actuaron en contravía del clamor popular que pedía a pulmón entero pasar la oscura página de la guerra. No importa saber que también querían la paz; había que sumarse e incidir desde adentro. La soberbia restó sabiduría.

Entre tanto, sentado a orillas de la quebrada, Petro ve pasar con paciencia el agua bajo sus pies, capitalizando los persistentes errores del Gobierno. No está gobernando, por consiguiente no arriesga mucho, solo canaliza y suma eco a las torpezas de sus adversarios que, de cierta manera, esos fracasos del oficialismo son su mejor argumento de campaña, y lo sabe utilizar para sacar de quicio el imaginario colectivo. Lo advirtió hace cuatro años cuando comenzó su campaña política: “haré la oposición en las calles”.

Plantear una estrategia de campaña cuyo eje central es desprestigiar a Petro comparándolo con los vecinos, incluso con las desgracias de Cuba, es otro gran error de quienes aspiran a ocupar la Casa de Nariño. Recordarle su pasado guerrillero es igual un sofisma bastante desgastado porque las cuentas judiciales están saldadas, y no hay prueba en contrario que lo relacione con actividades ilegales. Eso sobradamente dice la justicia. Es errático porque el vulgo comenzó a relacionar a Petro con “el cambio”, y el hecho de que sus detractores estén alineados con quienes han gobernado los últimos dos siglos, causa el efecto teflón directamente proporcional. Ahora bien, aparece un ingrediente nuevo que produce mayor zozobra en sus contrincantes, es el hecho de que empresarios y personas de los estratos más altos hayan empezado a perder el miedo en Gustavo Petro. Engañados o no, creen que el tema de las expropiaciones y las advertencias del demoniaco socialismo del siglo XXI dejaron de ser una preocupación. Petro ha sabido hacer con juicio su trabajo mientras sus oponentes pierden tiempo agarrados de los cabellos.

Sectores muy importantes de las reservas Fuerza Pública, expresan sentimientos de aflicción por maltratos de la clase política que históricamente los ha utilizado de fusibles; últimamente ultrajados, irrespetados y deshonrados ante la opinión pública por quien fuera uno de sus mejores aliados. Aunque revelan una silenciosa y conveniente actitud muy en su línea de sumisión civilista, dejan escapar en corrillos su desazón por el desprecio lisonjero de ciertos líderes políticos que impiden su participación activa en puestos importantes del Gobierno. En comicios para cargos de elección popular se consideran usados y descartados cuando el objetivo político se alcanza. En efecto, la curiosidad de escuchar el discurso petrista no les es indiferente del todo, pero deberán lidiar con el fantasma de las ideologías para lograrlo.

Hasta luego